sábado, 21 de agosto de 2010

Puán - nàuP - Puán - nàuP ...

Cruzo la calle. Apurándome el paso, una legión de estrellas verticales se lanza contra la senda peatonal. Se me da por pensar que tienen herida la espalda, y entonces siguen de largo mostrando una llaga roja, fluorescente. La habilidad nigromante de la metáfora. Río apenas. Desde un kioskito muy rojo me mira una rubia, me da vergüenza reír solo, me encaparazono la risa. Camino un poco más rápido, pero ahora me da vergüenza tener vergüenza, camino lento, tanquemente, río como un mar. La miro y le doy una mirada más rubia que ella. Ella baja los ojos de golpe, tira la vista cortada a cuchillo en el vaso de cocacola que tiene sobre la mesita. Me río y dejo oir la curvatura de un ja ja, pero en realidad me pone triste que no me mire y se me cae un azul del gancho de la jota. Sigo caminando. Pronto queda atrás el kioskito, la cocacola, la rubia, los autos. La vereda opuesta está bien iluminada, pero la mía se hace oscura y me siento la sombra de los que caminan enfrente. La pared, la metasombra mía contra la pared. Una escuela, cerrada naturalmente, a ésta hora las escuelas obedientes duermen. La sombra se enrosca como un monstruo marino que no es marino sobre un pirata que no es pirata. Pronto queda atrás, igual que el kioskito, la cocacola, la rubia, los autos, la sombra. Llego a la esquina. De nuevo me apuran el paso las constelaciones desbandadas del tráfico. Se me da por pensar lo mismo, y lo mismo ocurre. Cruzo la calle. Pero ésta vez ni siquiera me río. Debe ser por eso que la rubia del kioskito muy rojo no me mira y sigue tomando cocacola como si nada.